¿Por qué Tristram Shandy? (I)

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Detalle de pechos
Mary Robinson Hoppner Chawton
"Writing, when properly managed ... is but a different name for conversation."

L. Sterne,  Tristram Shandy, vol. 2, 11.

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Si usted, distinguido lector, tratara de lograr algunas reseñas sobre este farragoso, sicalíptico y extenso libro del párroco Lawrence Sterne titulado Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy encontraría invariablemente los mismos comentarios: personalísimo, modernísimo, infinitamente complejísimo, quijotesco, perversamente actual, etc. Y, sin embargo, caballeros, estos críticos de poca monta han sido sorteados por el cura Sterne, y cuál niña de teta, han caído en la trampa que lleva tendida casi 300 años .

En muchos aspectos, los que critican libros son como niños presenciando una conversación entre adultos: si a estos les viene en gana, pueden empezar a hablar de lo que sea, incluso de lo más inapropiado que se les ocurra, siempre y cuando que ese lo que sea se sustituya por otra palabra. Para el caso, que sirva de ejemplo, supongamos que los dos hombres hablan de «montes». (Un inciso: yo, caballeros, sigo hablando de Tristram Shandy). ¡Y entonces!, entonces podría darse esta conversación que sigue:

Hombre a: -¿Has visto esos magníficos montes?

Hombre b: -Las cimas más altas que he contemplado en años.

Hombre a: -¡Ay! Me calzaría yo unas buenas botas para encumbrarme en ellos.

Niño: -¿Dónde están? ¡No los veo!

Hombre a: -Al fondo, hijo, por debajo ese muro. No muy lejos.

Hombre b: -¡Qué paisajes locales! ¡Qué delicia de país el nuestro!

Hombre a: -Feliz refugio para los montañistas. La imaginación del hombre traspasa el fustán y el algodón. El tiempo es bueno, por lo que no hace falta taparse demasiado.

Niño: -¡Súbeme!

Hombre a: -No los verás.

La sublime actriz, poetisa, dramaturga, novelista y celebrity Miss. Mary Robinson (1758-1800) como «Perdita», cuyo insinuante busto ha suscitado estas reflexiones esperpénticas sobre la obra de Sterne. El retrato está atribuido al pintor John Hoppner (Chauton house Library).

Esta pequeña escena se desarrolla, por supuesto, en un lugar cualquiera y la fecha y la época tampoco son nada importantes. La hora no tiene nada que ver, ni tampoco la estación del año. La única obligación es que haya un muro (los hay desde hace mucho) y una mujer detrás (las hay desde que hay hombres, sino antes, en contra de lo que dicen las escrituras).

Si está usted desconcertado, lector, mejor que mejor. Por el motivo, no se preocupe. Le advierto que si su humor se ha agriado Tristram Shandy no es un buen libro para usted. Mejor será que vaya a encontrar algún libro más apropiado y sumérjase en otras lecturas que le conduzcan desde la cuna hasta el hoyo, o si lo prefiere, que le narren en un cierto sentido acostumbrado.

Pero si… ¡ay!, si por el contrario es usted un bribón muy curioso y es además un fisgón de mucho cuidado que fisga y fisga sin dejar nunca de fisgar en la vida ajena, y además ha entendido que los montes no son montes, sino los montículos que van de par en par a dónde las piernas femeninas los lleven, como los de lady Mary Robinson, querrá sacar algo en limpio de todo lo que estoy escribiendo, aunque sea por el mero placer de seguirme el hilo, porque yo no desvarío lo más mínimo y si quiere saberlo, Tristram Shandy tampoco. Si ese es el caso, caballero, ese libro del párroco Sterne está hecho para usted, y no me demoraré mucho en contarle por qué.

Parafraseo al maestro:

Cierre la puerta

Ahora, si ya está sentado en su sillón más cómodo, y humea o suda una taza o un vaso de lo que usted prefiera, está ya preparado para escuchar lo que tengo que decirle, porque todos hablan de que en el Shandy se promete un argumento que acaba por no llegar nunca, y se retrasa una y otra vez para quedar suspendido incluso por un punto y final. A Denis Diderot le gustó el efecto y yo no puedo sino ser un humilde seguidor de sus derroteros. Jacques el fatalista, es su continuación.

Sin embargo, todo eso es una simple ilusión, y vuelvo a lo mismo, una trampa muy sutil.

Le pondré un segundo ejemplo, más claro que el primero. En la fábula del Don Juan, el libertino que la protagoniza acaba arrastrado a los infiernos por el comendador, al que él mismo ha dado muerte antes de que se abriera el telón. Para los ramplones de las clases bajas, tenemos esa moraleja:

Mal acaba el que mal hace.

Para los nobles de espíritu (y de lo otro) tenemos mejor conclusión:

Haz lo que quieras hasta reventar

Como comprenderá, ese mensaje no puede ser diseminado como el chorro de vida: está reservado a mentes algo más prodigiosas. Shandy, o sea, el párroco Sterne, lo lleva del mito a la carne y es una carne tan prodigiosamente bien cocinada que no da ardores más que a los burros con orejas de dos palmos.

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