Algo que vale la pena (o La Leyenda de Tittyshev)

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A la hora de escribir en A Orillas del Támesis el tema simplemente se nos manifiesta de forma abrupta. En algunas ocasiones el tema se revela, emerge de entre nuestros recuerdos; quizás la mejor forma de describir este fenómeno la encontró Serrat: ¨En un rincón, En un papel O en un cajón¨.

Sobre el nivel de agitación que sufrirá nuestro lector creemos que lo tenemos fácil. Tratándose de Inglaterra, al igual que al usar nuestro adorado Marmite, podemos ser tan felices con tan poco! La tibia y amable felicidad anglófila está en todos los lugares, en todas las cosas: en los detalles más desapercibidos de un imperio, en las historias de los bancos de Hyde Park, o simplemente en el acto de hurgar en el espíritu de estos ingleses a los que siempre estaremos agradecidos por haber construido esa obra de arte llamada Londres.

En realidad, nosotros, los autores de este blog, solo aspiramos a ser los autores materiales de un crimen perpetrado por personajes nobles. Nuestra esperanza es que estas historias entren en su vida sentimental: que nuestro escrito sea efervescente y el tema en sí una cura definitiva para el aburrimiento, la tristeza y quizás en mayor medida para la desesperanza con el género humano.

Hace unos días nos dejaba el divino Michael Robinson, ese gentleman que mientras narraba los partidos de fútbol con el acento y el humor de los británicos también, al mismo tiempo y al igual que hizo Johan Cruyff, esculpía nuestra lengua castellana.

A parte de las retransmisiones balompédicas, este señor también tenía un programa delicioso, Informe Robinson, en el que nos mostraba una cara del deporte que demasiado a menudo no salta al terreno de juego, y que como aquellos jugadores bajitos y talentosos, necesitan de alguien inteligente y elegante que les diga “quítate el chándal, sal y disfruta!”. De entre todos los programas hay uno que siempre está en ese rincón, en ese papel, en ese cajón. Al igual que el discurso final de The Professionals entre Burt Lancaster y Jack Palance, sirve de antídoto para todo. Y de paso, nos reconcilia con el género humano. Y nos acerca a Inglaterra. Y también a Londres.

Les sugiero que simplemente dediquen unos minutos en ver este documento. No quiero darles muchas pistas, sólo les aseguro que en él todo es maravilloso. Los secundarios parecen creados por los guionistas de The Good Wife. ¡Vivan los guionistas! La historia, trazada desde la amabilidad cristiana de Charles Dickens. Y el final, quédense hasta el final, escrito por el fatalista Hardy, aunque con algún toque del humor de Kerome. Les prometo que no será la última vez que lo vean; algún día lo necesitarán de nuevo. De paso, cada vez que repitan, recuerden al divino Michael.