Lawrence Sterne, A Sentimental Journey
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Cada día estoy más persuadido de que una de las peores noticias de la historia de la literatura universal fue la muerte de Lawrence Sterne antes de que pudiera terminar su segundo y último libro. Mejor sería decir, quizás, que me lamento que Sterne no hubiera escrito más rápido, o desde más joven o que el destino le hubiese dado un poco más de tiempo para traer al mundo unos cuantos capítulos más. El célebre autor de Tristram Shandy fue visitado por la parca poco después de haber podido completar el segundo volumen de su Viaje Sentimental por Francia e Italia, dejando al pobre lector privado de las aventuras de Yorick en este último país. Pocas cosas podrían haber resultado más divertidas que las aventuras de este modernísimo viajero Inglés por Italia (y lo digo a sabiendas de lo curioso que es su paso por París), y acompañarlo en sus reflexiones siempre agudas e insospechadas. Sin temblar se puede afirmar que Viaje Sentimental es la obra de un escritor consumado, en el zenit de sus habilidades: un espécimen extremadamente relevante y poco apreciado en nuestras latitudes.

Permítanme ponerles brevemente en antecedentes. A principios del XVIII, los viajes a Europa estaban muy moda entre las clases adineradas británicas. Los llamados Grand Tour fueron el primer rastro de turismo conocido como lo concebimos en nuestros días, algo así como la exploración recreativa de un lugar destacable. Paralelamente a esta afición de gente educada y notablemente adinerada, empezó a proliferar la literatura de viajes y se publicaron relatos y guías prácticas de bolsillo para que el viajero las llevara consigo. Se trata de lo más parecido a una guía de viajes como las que solíamos usar hasta no hace mucho, que incluían los cambios de moneda, lugares donde dormir, carreteras y demás consejos interesantes. Esta clase de libros, principalmente aquellos que tenían una inclinación más literaria que práctica, cumplían también la función de dar a conocer el mundo a la gente que no tenía medios como para ir a recorrerlo. Sin salir de la City, uno podía imaginar cómo eran los monumentos de Roma o la grandiosidad parisina.
más que una guía de viajes
No hace falta decir que Viaje Sentimental no es una simple guía de viajes, sino que se enmarca en este segundo grupo de publicaciones. Eso no significa en absoluto que se amolde a él ni en lo más elemental: la obra muestra irónicamente todos los tópicos de los libros de ese momento y los critica con su fina ironía que parece no tener fondo. Existe una clara referencia a esta chanza en el séptimo libro de Tristram Shandy. En él, Sterne se mofa abiertamente de esta clase de literatura y la tacha de predecible, fantasiosa y poco menos que tediosa. Alejándose de esa clase de libros, Sterne tenía un plan mucho más ambicioso. Fue el mismo escritor quien en una carta a su hija en 1767, confesaba que había trazado un plan para algo nuevo, lejos del camino señalado, y que interesaría a gentes de todas clases. El genio no andaba desencaminado, puesto que su concepción del libro de viajes, amén de prefigurar a la perfección los de Goethe y Stendhal, resulta un contrapeso muy interesante a la literatura de Grand Tour que se estaba publicando en ese momento. Seguro de su capacidad para innovar continuamente, Sterne pone en boca de Yorick (su alter ego y protagonista del libro) que su propósito se llevará a cabo mediante una formulación diametralmente distinta a sus precursores. No engaña: el relato de peripecias y aventuras desde una perspectiva individual sacude al lector, y le hace vivir y revivir la experiencia del viaje de Sterne. La familiaridad del tono acerca aún más las vivencias al lector y hace más vivas sus observaciones.

No se trata de un libro de gran trama, sino una sucesión de anécdotas de lo más triviales, muchas de las cuales tienen el flirteo y la galantería como eje central. En varios episodios, Sterne nos muestra simple y llanamente los modales de la época, la forma de comportarse, y las diferencias entre los británicos y los franceses del momento. Me parece extraordinario que el Viaje Sentimental no se aun lectura obligatoria en todas las universidades de historia: sus escasas 200 páginas nos muestran a la perfección la mezcla de ironía, sentimiento, comicidad y erotismo que resumen el carácter de todo un siglo. Se trata de un libro de esos en los que apenas «pasa nada», pero que en conjunto resulta mucho más incisivo que tantos otros repletos de peripecias. Viaje Sentimental no es tanto el relato de un viaje físico, de lugares y templos, sino de un viaje por la vivencia del viajero. En él no aparecen apenas referencias a estatuas y cuadros, cosa típicamente dieciochesca, sino que tras marcharse de París, da la impresión que Yorick no ha visitado ni un solo salón de arte. Su intento es singularmente interesante en su momento en tanto que trata de escribir su experiencia personal en el extranjero sin ser una mera guía para viajeros ni una ficción novelesca con una trama imaginativa. La prueba es que, en pleno siglo XXI, aún nos deja patidifusos y el lector que aborde a Sterne por primera vez no dejará de sentirse de algún modo extraño.
STERNE Y lo sentimental
Como apunté antes, Viaje Sentimental fue el segundo y último libro que publicaría Sterne. Si bien esta segunda obra está lejos de las extravagancias de Tristram Shandy, Sterne ya se había forjado la imagen de un literato extravagante, que cumplía su labor de escritor a su manera. El simple empleo de la palabra «sentimental», constituye todo un atrevimiento en su contexto. El término no solo era relativamente nuevo en Inglaterra, que nada tenía que ver con sensiblero o algo exageradamente emocional como suele emplearse en nuestros días. Sterne lo emplea en la acepción de Richardson, como «algo capaz de generar una reflexión».
A juzgar por la extensión del Tristram Shandy (que como tantos libros de la época se publicó por entregas y se alargó tanto como el interés del público), Viaje Sentimental promete algo similar. En las más de 200 páginas de la edición de Penguin, Yorick solo ha cruzado el canal de la Mancha y ha llegado a París. El final del segundo libro le sirve a Sterne para emprender de nuevo el camino hasta Bourbonnais, una de las provincias del centro de Francia. El relato parece apenas haber empezado.
Me parece de un extraordinaria poética que los dos grandes libros sobre viajes románticos (hablo por supuesto de Goethe y Stendhal) llenaran el vacío que dejó Sterne. Por supuesto, cada genio hubiese comprendido la gente y el paisaje italiano a su manera. Sin embargo, y de una forma un tanto extraña, parece que el viaje sentimental de Sterne abre la puerta al viaje romántico.
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