«Es dificil para los pueblos débiles permanecer libres cuando están cerca de una gran potencia militar.»
André Maurois, Historia de Inglaterra
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Nuestro protagonista goza a día de hoy del alto privilegio de ser considerado un semidiós. William Shakespeare le dedicó una tragedia, así como Bernard Shaw. Borges, al narrarnos su muerte, presagió su divinidad: …cuya gran sombra será el orbe entero. Sila reconoció en él «la madera de muchos Mario». En La Divina Comedia, armado con sus ojos de ave de rapiña, Dante lo ubica en el Limbo junto a Héctor y Eneas entre aquellos héroes que no recibieron el bautismo pero que se distinguieron por su clemencia. Ven a ver a tu Roma, que llora, viuda y sola, exclamando día y noche: ¡César mío! ¿Por qué no estás en mi compañía?. El lápiz de Goscinny y Uderzo nos lo muestra altivo, orgulloso, aunque al final, siempre justo.
Mas mucho antes, durante el siglo I a.C, Julio César, procónsul de las provincias Galia Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina, ajeno a su venidera y perenne inmortalidad, luchaba contra las tribus galas, en rebelión contra Roma, en lo que se conocería como la guerra de las galias. Los galos derrotados que sobrevivían a las disciplinadas legiones VII, VIII, IX y X , cruzaban el canal en busca del refugio insular, reagrupándose en los asentamientos de la costa britana. Los britanos, sabiendo que una vez los galos fuesen vencidos su isla sería la siguiente meta en la campaña de Julio César, prestaron ayuda a sus primos continentales para defenderse del Imperio.
Para Julio César, una vez conquistada la Galia, dominar aquella isla fabulosa, – donde esperaba encontrar oro, perlas, esclavos y plata para recompensar a sus soldados – supondría una victoria con la que deslumbrar a Roma y una gran maniobra propagandística con la que engrandecer su carrera política. Ningún general romano había cruzado antes el océano ni pisado aquella desconocida isla perdida en la noche de los mares del norte, siendo su extremidad la última Thule, la otra punta de la nada. Si César conquistaba la isla, el Imperio habría alcanzado el punto más remoto de la tierra.
55 A.C, LA PRIMERA EXPEDICIÓN

En el 55 a.C, Julio César envió a Cayo Volusenis en misión de reconocimiento. Aconsejado por mercaderes galos, que le engañaron por ignorancia o mala fe, Cayo Volusenis marcó Durbis (Dover) como el punto indicado para el inminente desembarco de César y su ejército.
La operación resultó mal. En la orilla les esperaban, advertidos y en gran número, los britanos. Los romanos, anclados en la playa a la espera de una ocasión favorable para desembarcar que no se presentó, terminaron saltando a un mar bastante profundo. Sacudidos por las olas y abrumados por el peso de las armas, desembarcaron con gran dificultad para, una vez establecidos en la playa, montar el campamento. Al anochecer, el brusco cambio de las mareas atlánticas causó un gran desastre entre las naves romanas ancladas en la costa. Las grandes mareas atlánticas poco tenían que ver con las mediterráneas! Tras unos meses y sin ningún éxito notable, con la flota dañada y las grandes subidas del equinoccio así como el invierno acercándose, Julio Cesar levó anclas. Con lo que le quedaba de flota y unos cuantos rehenes regresó al continente.
A pesar de la poca trascendencia y la brevedad de ésta primera expedición, el desembarco en una isla desconocida siempre es motivo de orgullo, y la noticia causó un gran impacto entre los romanos, que celebraron en el otoño del 55 a.C una supplicatio de veinte días y el ilustre poeta Catulo exaltó la imagen de César comparándola con la de Pompeyo.
Cicerón escribió que César se decepcionó mucho cuando descubrió que no había oro ni plata en la isla y Suetonio dijo que la verdadera motivación de César para viajar a Britania fue la búsqueda de perlas.
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54 A.C, LA SEGUNDA EXPEDICIÓN
Sin embargo César era hombre demasiado apegado a la realidad para hacerse ilusiones acerca de un fracaso. Ahora César conocía la naturaleza del país, las tácticas de los britones, los puertos y los bosques. Preparó una nueva flota con cinco legiones y dos mil jinetes y un año después de la primera expedición embarcó de nuevo hacía la isla. Encontró a los britanos unidos para hacerle frente alrededor de un nuevo líder, Casivellanus, cuyos estados se hallaban al norte del Támesis.
Tras la construcción de un imponente campamento, César empezó la campaña adentrándose en las actuales tierras de Canterbury. Siguiendo el curso del Támesis, los britanos huyeron hacia el interior. César consiguió explotar las disensiones entre las distintas tribus, las enfrentó entre ellas, venció a otras por las armas y finalmente, gracias a la traición de los britanos al mando de Mandubracio, Casivellanus se vio obligado a aceptar las condiciones de rendición consistentes en el pago anual de un tributo, la entrega de rehenes y el cese de ayudas a los galos.
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Rey de los catuvellaunos
CASSIVELLAUNUS
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(Siglo I a.C) Poderoso líder britano que fue vencido por Julio César durante su segunda incursión en Britania (54 a.C). Lideró su tribu, los Catuvellauni (ocupaban el espacio de la actual Hertfordshire), frente a los invasores haciendo un efectivo uso de las tácticas de guerrilla y el uso de los carros de combate. Finalmente, César ocupó el principal asentamiento fortificado, que se ubicaría en Wheathampstead, Hertfordshire. El líder britano consiguió la paz al pactar con César el pago de un tributo anual y suministrar esclavos para el Imperio. Estos pagos, sin embargo, parece que nunca se llegaron a establecer con éxito.
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La verdad fue que en el 52 a.C los britanos dejaron de pagar el tributo, y los romanos, ocupados en una guerra civil, dejaron olvidada la isla durante cien años. Cicerón se burla de esa conquista, que no reportó nada más que algunos esclavos, trabajadores del tipo más rudo, sin ningún letrado ni músico entre ellos y que fue más bien una operación de política interior que una victoria imperial.
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