Mendelssohn en Escocia, 1829

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"Los tesoros de Escocia han de colmar tu deseo"

W. Shakespeare,  Macbeth, acto 4, escena 3

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Antes de cumplir los 20 años, Felix Mendelssohn (1809-1847) había alcanzado la plena madurez compositiva. Desde la epifanía mozartiana, en Europa no se había visto nada igual. El joven tenía unas dotes extraordinarias, y lo había demostrado con su música incidental para A Midsummer night’s dream y con su  octeto, ambas obras un prodigio de control técnico e inspiración salidas de un muchacho adolescente. Su talento no se limitaba a la música: era un pintor excelente, hablaba varios idiomas (dos de los cuales muertos) y tenía un gusto exquisito para la poesía.

Siendo de una familia aristocrática de fina sensibilidad para las artes, al joven Felix no le costó muchos esfuerzos convencer a su padre para que le financiara un proyecto extraordinario. Para celebrar sus vigésimo aniversario, haría un viaje por las Islas Británicas, que culminaría en el norte de Escocia.
Sketch de Edimburgo
Sketch de Edimburgo salido del pincel de Mendelssohn durante su estancia en al ciudad.
Sketch de Mendelssohn
Vista de Ben More, en la Isla de Mull, lugar en el que el compositor encontró música en las ruinas y los paisajes. El sketch a lápiz forma parte de la misma colección de dibujos del autor.

Un destino poco común

Por aquel entonces, Gran Bretaña no era un lugar para el turismo y menos para el peregrinaje místico de los jóvenes viajeros. Los principales destinos para viajantes europeos eran sin duda Francia y, en especial, Italia. La originalísima elección de ese joven alemán fue suscitada sin duda alguna por las ávidas lecturas de Walter Scott, que le ocupaban las noches y los ensueños berlineses. Para mediados de los años 1820, Scott ya  había publicado sus obras maestras Waverley (1814) o Rob Roy (1818), todas ellas basadas en los paisajes de Escocia, y de las que había accesibles buenas traducciones al alemán. Además de esa razón literaria, otra motivación para la elección de destino fue la presencia en tierras inglesas de Karl Klingemann, un amigo de la familia Mendelssohn, que le haría las veces de cicerone al joven en tierras lejanas.

Fingals cave
Fingal’s Cave, en las islas Hébridas, una de los paisajes que impresionaron a Mendelssohn durante su viaje. Este lugar extraordinario y misterioso le inspiró la composición de su célebre obertura Las Hébridas.

En abril de 1829, el joven compositor abandonó el hogar en Berlín y emprendió su primer viaje en solitario. Sería su primera visita a las islas pero no la última vez que las visitaría: pisó esa tierra en otras ocasiones más a lo largo de su corta vida. Su recorrido por Escocia es bien conocido por los biógrafos, gracias a las precisas descripciones que el joven hizo de los lugares que visitaba. Su tour empezó en la ciudad de Edimburgo y terminó en Glasgow de manera casi circular. La ruta incluyó paradas en los poco acostumbrados Stirling, Perth, Dunkeld, Killiekrankle, Blair Atholl, Tummel Birdge, Abendfeldy, Fort William, Staffa, Iona y Oban. En ese tour que abarcó de este a oeste del norte de Escocia, el joven descubrió fascinantes paisajes y fantasmagóricas nieblas que le avivaron su fértil fantasía y le descubrieron los verdaderos paisajes de su adorado Scott.  De esa vista (que incluyó visita a la célebre Fingal’s Cave) nacieron dos grande obras de su producción.  En primer lugar, la obertura Las Hébridas, originalmente titulada Der Einsame Insel (la isla solitaria) y compuesta entre el 1830 y 1832.  La segunda, la sinfonía escocesa op. 56, empezada justo después de viaje, aunque terminada mucho después, en 1842.

Boceto de las Hébridas de Mendelssohn
Sketch para el tema inicial de la obertura «Las Hébridas» de Mendelssohn, que el compositor esbozó en la libreta de notas que llevaba en su viaje a Escocia.

Una sinfonía escocesa

El op. 58 fue dedicado a la Reina Victoria de Gran Bretaña y un éxito inmediato en su estreno londinense. El público quedó entusiasmado por el ambiente brumoso que el autor de Hamburgo supo trasladar a la obra. La excitación y extraordinaria fuerza de la música, llena de la energía de los paisajes bruscos y mágicos han quedado hasta el momento como la presentación sonora más perfecta de ese paisaje. Por supuesto, no se trata de música descriptiva, imitativa: el ojo romántico de Mendelssohn transfiguró ese paisaje en algo que trasciende lo local y se adentra en lo universal.

 La presentación de la sinfonía escocesa en la capital  fue la culminación de la pasión inglesa por el autor de Hamburgo. No solo se convirtió en uno de los compositores románticos más admirados en Londres, sino que se convirtió en una suerte de «segundo Haendel». Tal cosa era un honor extraordinario en Inglaterra, siendo Haendel la figura musical más apreciada el siglo xviii.

Sin embargo, no es extraño que el trofeo se lo llevara Mendelssohn: de entre los románticos, es el menos exacerbado, el más clasicista, el más sereno y equilibrado, carácteres que cuajaron bien en la tradición inglesa. Un fenómeno como Schumann no era contemplado en la inglaterra post-napoleónica. La locura es lo opuesto al carácter musical británico que, como escribió Nietzsche en El ocaso de los ídolos, va siempre en busca de la felicidad.

La correspondencia de viaje que mantuvo con su familia, muestra la profunda impresión que los páramos de Escocia produjeron en su joven imaginación. Mendelssohn se dejó seducir por esos lugares tan llenos de historia y misterios ancestrales. Después de su visita a Edimburgo, describió  a sus padres el palacio de María Estuardo que bien podría ser un escenario de Scott y el perfecto programa para su sinfonía escocesa:

Hoy, a la hora del crepúsculo, enderezamos nuestros pasos al Palacio en el que vivió y amó la reina María (Estuardo). Hay en él un pequeño recinto al que lleva una escalera de caracol, la misma que subieron antaño los asesinos de Rizzio, a quien tras encontrarlo escondido en su interior, lo arrastraron a lo largo de tres habitaciones contiguas, dándole muerte en un rincón sombrío. La capilla paredaña carece hoy de techumbre; la hierba y la hiedra crecen copiosas en su interior. Ante su altar, hoy destrozado, María fue coronada reina de Escocia. Todo en torno son ruinas, todo está marchito, bajo la bóveda derruida a través de cuyos destrozos puede verse un trozo de cielo brillante y sereno. Creo haber encontrado hoy en esta vetusta capilla el arranque de mi sinfonía escocesa…. (30 de julio, 1829)

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