Salvador Dalí, Diario de un genio
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No seremos nosotros los primeros en decir que Turner fue, sin vacilaciones, el peor pintor del mundo. Esta celebradísima afirmación lleva la firma del genio Salvador Dalí, del que muchos nos dirán que más que un genio era un payaso, y nosotros les responderemos que los payasos son precisamente los que no reconocen a Dalí como un verdadero genio. El asunto Turner, para los que no alcanzan a descifrar el lenguaje místico de Dalí, tiene su miga. (Apunte capital: la autoridad para hablar de tales asuntos nos la da el hecho de no ser académicos s en historia del arte, cosa que desde luego perjudica mucho a la imaginación). Y ahora, observen esta imagen sin mucho detenimiento:

¿Acaso no un desastre absoluto? Tal desfachatez abre de par en par la puerta a los paisajitos de Bob Ross, y a las pinturas de jubilado. ¿El bicho es un caballo, un esqueleto, una vaca flaca? Los habrá quienes nos reprochen que la gracia es precisamente no saberl exactamente, porque tal artificio despierta la imaginación, etc… Pero eso, a nosotros, no nos hace ninguna gracia. Contrariamente, estamos totalmente persuadidos de que la explicación de tal errores garrafales tiene su origen en dos circunstancias muy concretas, y que son fácilmente resumibles:
- Que Turner aprendió antes a manejar los pinceles que el lápiz, es decir, que aprendió antes a dibujar que a pintar. Tal circunstancia tiene una terrible consecuencia en los malos pintores del futuro, contra la que precisamente Dalí se reveló con fuerza huracanada: la negligencia del contorno y el abandono de la precisión en las formas. No se trata, claro, de qué tipo de dibujo nos gusta a cada uno: nos vale desde la perfección celestial de raffaello, pasando por el dibujo deformado de Schiele y Klimt hasta Bacon y sus cuerpos de carnicería y matadero: repudiamos la mancha. Una ojeada a los retratos que pintó nuestro amigo Turner, que tanta afinidad encuentra, como Thoreau, entre las señoras de mediada edad con inclinaciones artisticas de tipo voyeur, nos revela un dibujante bastante mediocre, francamente péssimo. Para no entrar en cuestiones de calidades morales del dibujo, señalamos solo tres de los fallos técnicos en el retrato que sigue: distancia entre oreja y hombro; línea de mentón, línea de frente, párpado. Ya Leonardo defendía que para ser un buen pintor no bastan con saber retratar pero no saber pintar un arbol, ni lo contrario. En este caso, unos árboles notables vienen a enmarcar una figura horrible, mal trazada y desproporcionada. Y ahora, el que sepa de arte me dirá que incluso Raffaello deformaba los cuerpos y alargaba los cuellos de forma que no era posible ver tal cosa en la realidad. la discusión, para quien tenga ojos en la cara, resulta estéril, y por decencia y dignidad no puedo comparar Raffaello y Turner en lo tocante al retrato.


2. Aunque tales errores y falta de estilo, tenemos que reconocerlo, no es lo peor de Turner. Lo que no tiene perdón es llevar el fondo a primer plano, y prescindir del primer plano, y eso significa pintar paisajes. No permitimos que nos salgan ahora con que Il Canaletto y tantos otros ya habían pintado paisajes, porque esa comparación les dejaría a ustedes en muy mal lugar, puesto que comparar a Il canaletto con Turner es comparar un huevo con una castaña, por razón, pura y simplemente del punto 1: el paisaje de Il canaletto es una escena de paisaje urbano en la que el protagonista es la interacción del hombre con la arquitectura y la lógica veneciana. De dibujo, es irreprochable; el color magistral:

Y visto esto, vuelvan sus ojos de nuevo a Turner. El paisaje difuminado, ninguna línea precisa, ni un color correcto, ni una forma reconocible. Ahí empezó el desastre: el elogio de la fealdad del arte moderno. Y si después se pasean por una exposición de Turner verán que pintó una y otra vez el mismo cuadro, la misma cosa insulsa, sentimental y bastante aburrida. Oirán por ahí grandes cosas de Turner. Oirán a los críticos cantar las alabanzas del color, e incluso que uno no puede juzgar a Turner por fotografía, que eso es como la grabación y el concierto. Huimos de estos argumentos como del olor a huevos fritos podridos: siempre preferiremos los huevos de Velázquez.
Nosotros, que no conocimos a Dalí en persona, pero casi, podemos afirmar que nuestras razones se parecen mucho a las suyas, si es que no son las mismas, aunque él nunca las expresara.
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