Joseph Paxton, el jardinero autodidacta que ideó el Crystal Palace

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"Ask Paxton"

cualquier ciudadano delante de un problema irresoluble,  Reino Unido, 1850

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Corría el otoño del año 1850 cuando en el Hyde Park de Londres se levantó un invernadero gigante. La estructura, capaz de contener en su interior cuatro catedrales de St. Paul, fue hecha de hierro y cristal. A pesar de la brevedad de su existencia, al mundo le sigue asombrando. Su nombre oficial, solemne cómo el proyecto en sí, fue el Palacio de la Gran Exposición de los Productos de la Industria de Todas la Naciones. Los ciudadanos se decantaron por otro nombre menos pomposo pero más evidente; el que le dió Douglas Jerrold, columnista del semanario Punch: Crystal Palace.

Pocos años antes, Henry Cole, un funcionario público, había visitado la Exposición de París, provinciana y limitada a los fabricantes franceses. A Henry Cole (también conocido por popularizar la felicitación navideña con la intención de que los ciudadanos se animasen a utilizar el correo de un penique, hecho del que hablaremos en otro artículo) se le metió en la cabeza la idea de organizar una exposición universal en Londres, con la intención de reunir todas las maravillas del mundo industrializado. Convenció a todo el mundo. Incluso entusiasmó al príncipe Albert, que quizás encontró en el proyecto un paliativo al temor de que la reina Victoria hubiese heredado la locura de Jorge III.

En enero de 1850 se aprobó la propuesta. La organización disponía de menos de un año y medio para disponerlo todo. Lo más delicado era construir un palacio de exposiciones en el que contenerlo todo, acondicionar lavabos, restaurantes, contratar personal, organizar la seguridad… Se presentaron 245 diseños. Todos fueron rechazados. Ninguno era viable. El fracasado comité encargado del diseño nombró otro comité (el Building Committee of the Royal Commission for the Great Exhibition of the Works of Industry of All Nations) que sólo fue capaz de idear una propuesta de presupuesto incalculable, de diseño irrealizable y con el carácter de un matadero. En medio de aquella crisis apareció la figura serena de Joseph Paxton, jardinero jefe del duque de Devonshire.

Joseph Paxton, el jardinero autodidacta que construiría el Crystal Palace

Paxton era un prodigio. Nacido en el seno de una familia humilde, a los catorce años empezó a trabajar como jardinero. Destacó tanto que en poco tiempo ya dirigía un proyecto para la Royal Horticultural Society. Fue estando allí donde conoció al duque de Devonshire, que se quedó prendado de su entusiasmo y conocimientos y lo invitó a convertirse en el jardinero jefe de Chatsworth. Paxton aceptó. Tenía veintidós años. Algunos dicen que lo que al duque le gustó de Paxton no fueron ni sus conocimientos ni aquella mente capaz de abarcarlo todo. El Duque era duro de oído, y al parecer Paxton era un hombre que hablaba con voz fuerte y clara.  Nunca sabremos cómo se dió. De lo que no tenemos ninguna duda es de estar delante del gesto más inteligente que jamás haya hecho un aristócrata.

En Chatsworth, el talento de Paxton se desató: diseño la Emperor Fountain (capaz de propulsar un chorro de agua de ochenta y ocho metros de altura, el doble de alto que la columna a Nelson), construyó el jardín de rocalla más grande de todo el país, diseñó una nueva urbanización para el duque, se convirtió en el más destacado experto mundial en dalias; ganó premios por producir los mejores frutos: melocotones, higos, melones o néctares. También creó un invernadero inmenso, el Gran Horno, tan majestuoso y amplio que cuando la Reina Victoria lo visitó pudo recorrerlo montada en su carroza. A pesar de todo, era muy costoso mantenerlo, y no fue usado durante la primera guerra mundial. Las plantas murieron y finalmente fue demolido en 1920.

Sus éxitos no sólo se dieron en el ámbito de la jardinería. Con su gestión le ahorró al duque un millón de libras, fundó y dirigió dos revistas de jardinería y un periódico en el que Charles Dickens editó durante una época. Invirtió tan bien en acciones de compañías ferroviarias que en tres de ellas pasó a formar parte del consejo de administración. En Birkenhead diseñó y edificó el primer parque municipal del mundo. El norteamericano Frederick Law Olmsted quedó tan fascinado al verlo que, a su imagen y semejanza, ideó el Central Park de New York.

El edificio más brillante e icónico del siglo XIX fue encargado a un jardinero

Paxton, conocedor de las dificultades que los miembros del comité de la Gran Exposición estaban teniendo, en medio de una reunión de una de las empresas ferroviarias, garabateó el diseño del Crystal Palace. En dos meses tenía los planos. El diseño, presentado fuera de plazo y desobedeciendo muchas de las reglas del concurso (como por ejemplo incluir hectáreas y hectáreas de material combustible) fue seleccionado como el ganador. Parte de la comisión alertó de los peligros que el diseño podía tener.

Para algunos el Crystal Palace sería un gran horno que cocinaría a los visitantes en su interior. Para otros el peligro residía en las grandes placas de cristal del techo, que en caso de desprenderse, caerían sobre la multitud emulando la afición de los franceses a los cortes limpios. Otra de las preocupaciones era que el viento se llevase volando aquel edificio de aspecto  ingrávido. Ante la oposición de la comisión, Paxton decidió publicar el diseño en las noticias de Londres, por el cual recibió reconocimiento mundial. Núnca se había construido nada parecido, así que tampoco se podía asegurar que no fuese a funcionar. Nada expresa mejor la brillantez del pueblo británico que el hecho de que el edifico más osado de la historia fuese encargado a un jardinero. 

La solución fue brillante porque el edificio se construía solamente de elementos prefabricados y modulares: vigas de hierro y cristal. Se usaron cien mil metros cuadrados de cristal divididos en 293.655 paneles, treinta dos kilómetros de canelones, 33.000 armazones triangulares de hierro y miles de metros cuadrados de madera para el suelo.  La obra duró treinta y cinco semanas (la construcción de Saint Paul había durado treinta y cinco años) y costó solamente 80.000 libras. El edificio midió 1851 pies de largo (en honor al año), 124 metros de ancho y 30 metros de altura en las zona más alta, evitando así cortar una avenida de olmos.

El éxito de Paxton fue tan brillante que los británicos, delante de cualquier problema sin solución aparente decían: «pregúntale a Paxton». Qué felices debieron ser aquellos ciudadanos que pudieron pasearse por los interiores de esa estructura ingrávida y gentil, como una pompa de jabón, salida de la mente ponderada de Paxton y alzada entre los árboles y las ardillas de Hyde Park.

En su obra ¿Qué se puede hacer?, el escritor y filósofo ruso Nikolai Chernyshevsky abogaba por transformar la sociedad en un palacio de cristal por medio de la revolución socialista, elogiando al Palacio como emblema del triunfo total de la razón humana y alabando su aspecto casi etéreo. Fiódor Dostoyevski respondió a Chernysevsky en Memorias del subsuelo.​ Dostoyevski afirma que la naturaleza humana «prefiere el caos y la destrucción antes que la armonía artificial que simboliza el palacio de cristal». El rascacielos Torre Swiss Re de Londres, diseñado por Norman Foster, es conocido como The Crystal Phallus (el falo de cristal), en clara alusión al palacio.

Tras la exposición, el edificio fue trasladado  a Sydenham, al sureste de Londres, donde permaneció hasta que, en 1936, un incendió lo arrasó por completo, sobreviviendo únicamente las dos torres aisladas del cuerpo principal. En 1941 se derribaron, ya que se consideraron un punto de referencia peligroso para los bombarderos alemanes. Hoy, si pasean por Kensington Gardens, aún pueden encontrar las verjas originales.

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